domingo, 11 de diciembre de 2011

Guerra al cerdo


Este clásico del año 1969, escrito por Adolfo Bioy Casares, puede ser entendido de diversas maneras, ya que resulta difícil clasificarlo, encorsetarlo en un género determinado, rotularlo exclusivamente como realista. Tiene rasgos que pueden ser interpretados como fantásticos o friccionales, pero, ha decir verdad, no describe nada que no pueda haber pasado, o que no pueda suceder.
            El planteo central de Diario de la guerra del cerdo es la batalla generacional, que se da en una ciudad entre la juventud y los viejos, los ‘cerdos’. Aunque esta contienda es librada de manera progresiva y comienza con un primer asesinato y luego se sostiene con ciertas agresiones a ancianos y va in crescendo hasta homicidios crueles y sanguinarios, son los jóvenes los que atacan y los viejos los que apenas atinan a defenderse.
La manera en que Bioy Casares expone la vejez, resulta descarnada y brutal. El protagonista, Isidoro Vidal, quien parece estar en el límite entre la madurez y el envejecimiento, si bien forma parte de un grupo de amigos mayores que él, siente que “En la vejez todo es triste y ridículo: hasta el miedo de morir”. Repite con constancia que todo lo hermoso y puro ocurre en la juventud y que lo opuesto a ello, la vejez, es algo repugnante.
La guerra se va estableciendo como un suceso organizado y con planificación estricta, dónde no se aceptan traidores y dónde la competencia generacional, -entre la experiencia y la novedad, entre lo estático y lo movilizado, lo débil y lo fuerte-, y la desconfianza mutua, acuden a erigir algunas de las trincheras de esta guerra. Si bien se postula ‘lo joven’ como sinónimo de belleza, de futuro, de salud y de energía, también se le hace referencia como lo jactancioso, lo violento y lo vanidoso, y lo poco previsor, ya que los jóvenes luchan contra ciertas características de la vejez, que si cumplen muchos años, sin dudas también les ocurrirán a ellos.
Los viejos van siendo víctimas de las ignominias y la violencia de una juventud que no ve en ellos su propio futuro, o no desea verlo, sino que quiere exterminarlos porque representan una pérdida subsanable, un gasto que puede ahorrársele a la sociedad que produce. Recluyen a los ancianos en sus casas, los matan de miedo, o los matan con golpes o los prenden fuego por diversión. Hasta los tiran desde las máximas alturas de una tribuna de fútbol, por aburrimiento.
A medida que la novela avanza se ponen cada vez más en relieve las reflexiones que hace el autor sobre la vejez justamente cuando es él mismo quien avanza inevitablemente en ella. Es por ello que resulta llamativo como se expone el mismo a esos conceptos crueles sobre la etapa de la vida que está atravesando, y siendo un exponente de esa generación atacada en su libro, logra despegarse del facilismo de la empatía y se coloca casi en la vereda de enfrente, juzgando los años: “No hay nada peor que la vejez”. Un dato que Bioy detalla en un escueto preámbulo de una edición posterior ejemplifica esta apreciación, pues él cuenta que la publicación de Diario de la guerra del cerdo fracasó en Europa justamente porque los lectores tenían la misma edad que los viejos de la novela.
Casi paradójico, los fundamentos para llevar adelante esta guerra surgen con más fuerza y precisión desde los mismos viejos. La vejez se presenta como el escenario de la muerte, es por eso que ellos mismos son los primeros en aborrecer la vejez y tratan de alejarse de ella. Los motivos para que los jóvenes le declaren la guerra a los ‘cerdos’, abundan. El mismo Vidal, se refiere a esas razones como valederas: el protagonista destaca en los ancianos el egoísmo y la cobardía, el miedo a todo, la falta de pasión y romance, la comodidad de la rutina. La vergüenza, la humillación y el qué dirán, son variables constantes en la trama de esta novela.
Es indudable que Diario de la guerra del cerdo es un clásico, y no sólo de la literatura argentina. Todavía puede inquietarnos con su descripción de esa conjura contra los viejos, qué sin dudas está atravesada por cuestiones sociales, cotidianas y hasta políticas. Este es uno de los libros que hay que leer y no creer que se peca de suficiencia al decirlo. Por el contrario, debemos asumir la importancia de leer y releer a nuestros autores, en este caso a Bioy Casares, uno de los referentes de nuestra literatura. Y éste es uno de sus libros fundamentales.


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