Leopoldo Brizuela
construye desde las primeras páginas una historia sólida y sin fisuras, donde
la voz del protagonista logra generar desde el comienzo un lazo con el lector
que a medida que se suceden los capítulos y conocemos más de él y su historia,
se va fortaleciendo.
Ubicada cronológicamente en dos tiempos de
la historia Argentina: la última dictadura cívico militar y el presente,
Leonardo Bazán, el personaje principal y quien relata los hechos, nos cuenta
despacio y con alternancias temporales sus vicisitudes y pareceres, tanto de
aquel pasado oscuro, cuando él era apenas un chico de 13 años, como de la
actualidad, donde es un escritor cuarentón, un tanto temeroso y aprensivo de su
entorno, pero no sabemos si es por su personalidad reservada o por las cosas
que le tocaron vivir allá por la década del ’70.
Viviendo y escribiendo en el primer piso de
la casa de su madre, donde se ha mudado para cuidarla en el ocaso de su vida,
Bazán escribe una novela. O una declaración, esa que nunca pudo hacer, esa en
la que quiere contar lo que vio y escuchó cuando un grupo de tareas irrumpió en
su domicilio cuando él aun no era un adolescente.
Un día de este presente que parece
transcurrir sin mayores sobresaltos, entran a la casa de los vecinos, que no
son los mismos de 1976. Entran y roban, y parece que la misma policía es
partícipe de ese asalto. Es ese hecho el que despierta el recuerdo de aquella
otra irrupción, de esa intempestiva visita en la época de la dictadura, que
tenía como objetivo ingresar por los fondos de su morada a la casa de sus
vecinas del pasado: las Kuperman. Así sabremos de un secuestro, una
desaparición, y torturas sufridas por una de sus vecinas, Diana Kuperman.
A partir de aquí conoceremos las ganas de
Leonardo Bazán de contar aquello que recuerda, o que cree recordar de ese día.
Sabremos de su miedo, de sus dudas, de la culpa que siente treinta años
después, cuando ciertas acciones y políticas del Gobierno Nacional le hacen
replantear algunas cosas, cuando parece que el presente trata de desenterrar no
sólo los crímenes de los militares, sino también sus propias remembranzas sobre
lo ocurrido: sus recuerdos de esa noche del pasado irán cimentando la novela
que escribe y que nosotros leemos dentro de la novela de Brizuela. Además, su
madre y, sobre todo, lo que hizo y quien era su padre, irán erigiendo sobre
esos cimientos el edificio de la memoria.
María José Sánchez
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